Alambre de púas

Vas caminando, escuchas el tronar de la suela contra el pavimento, de repente sientes conscientemente  esa fricción tan exacta, inaudita, parece que empezaras a valorar el sentido de su existencia, el que no te deje caer, que te permita detenerte, cambiar de dirección, y de pronto tu voz interna te pregunta porque carajos no existe algo como una fricción sentimental, o es que acaso solo tú no la tienes, “tal vez sea eso” le respondes a la vocecita, pero en fin al cabo pasa lo inevitable: la idea se esfuma o más bien la evades, quien sabe.
Recuerdas el mismo camino, el sol escondiéndose y tú con nostalgia, preocupación, felicidad o tristeza pasas de nuevo por los mismo lugares, ya te acostumbraste a ver el arrebol cayendo, o a sentir la estela de agua encima de ti como si acompañase tu estado de ánimo, como refrescando tu sonrisa, a veces con paso lento, difamando sobre el pasado, a veces con muchas pausas pensando en el futuro, y a veces corriendo apresurada por el presente cuando dejan de  importar los tropiezos, pero no importa que día sea, que cara lleves puesta o que te ocupe la cabeza, nunca puedes dejar de mirar el alambre de púas que esta a tu izquierda como queriendo arrinconarte hacia el peligro, y pasas tus dedos, cierras los ojos, y juegas a saltar sobre los obstáculos para no lastimarte,  nunca te lastimas, aunque a veces cambias el juego, o al menos sus reglas, entonces te arriesgas y caminas rápidamente, mantienes una línea continua y sientes un pequeño dolor que no parece masoquismo, porque no te estás haciendo daño, al menos, eso es lo que tú crees. Empezaste así, victimizando tu propio éxtasis, sintiendo en cada punzón un alivio, entre una profunda inestabilidad emocional te refugiaste en ¿púas?, estas lleno de ironías, pero eres igual a cualquiera, solo seguías negando tu masoquismo porque ahora también negabas tu dolor, no sentías nada, solo jugabas, como si lanzaras un globo al aire y sonrieras al verlo estallar, allá, en lo más alto, al tope de su alcance, solo que tu seguías intacto, intocable.
Te gustaba la rutina, lo concreto, lo calculado, por eso hablabas solo y movías la cabeza cada vez que se te salía lo pasional, te fascinaba el sonido de las teclas al presionarlas por eso te escondías ahí, sin tinta ni papel, únicamente tu computador y un latte, con tan solo una pizca de café porque si no lo odiarías, tu no eras cliché, aunque tampoco eras fuera de lo común, solo seguías a otros y de vez  en cuando a ti mismo, pero tu problema lo creaste tú cuando necesitaste reemplazar el alambre de púas ,cuando necesitaste algo más porque ya no era suficiente, y te ingeniaste la forma de arruinarte la vida creyendo ser un lienzo en blanco y argumentando estar vacío. Que obstinado, si no fueras tan cabeza dura hubieras notado que si fueras un bendito lienzo en blanco, no tendrías problema en pintar tu historia, pero tú ya no tenias ni un espacio para otra pincelada, te llenaste de problemas que solo para ti existían, y buscando reemplazos para los colores indicados para tu obra maestra, llenaste de manchas toda tu arte, porque todo tú estabas lleno de barro y suciedad, y pretendías poder ver limpiándote los ojos  con las mismas manos con las que buscabas basura. Pero no era dolor, solo no sentías.
Tú sabías que dolía mucho mas estallar en la cima, cuando parecía que tocabas el sol, y que por fin hallabas lo que parecías estar buscando, que nunca haber volado y solo sentir el vértigo de tocar fondo de nuevo, eso ya no dolía, solo era otro golpe y no haría más daño que los demás; pero aunque entendías todo no aceptabas que eras frágil, que eras como el globo ansioso por volar.  Tú, ni siquiera te dabas cuenta que te aferrabas a un alambre de púas, y creías haber encontrado el cielo cuando solo jugabas a verte estallar, y luego agarrar fuerzas para llegar de nuevo a tu “cielo”. Estabas en una ridícula apuesta donde sabias que perderías, pero disfrutabas dar el todo por la nada, tenias que perderlo todo para aprender a ganar. Pero por un momento, por un insignificante minuto deseaste llegar tan alto como pudieras y volver a reír cuando desaparecía todo y se lo llevaba el viento, y tan solo, aunque fuese por un instante pasó por tu cabeza la idea de que elegías refugiarte en nubes, y no en púas, así supieras que volverías a estallar. Y la vida sonrió, porque aunque fuese por unos segundos, habías entendido lo que todo el tiempo intento enseñar.