Narciso y la tragedia

I

Narciso se halló un día tan triste en el lago
que mirándose descubrió cuán hermosa es la tristeza,
con su rostro enrojecido, con sus labios hinchados,
con sus ojos palpitantes y colapsados.

La tragedia -reflexionó mirándose- es la imagen del héroe desgarrado,
es propio de la fatalidad la más sublime estética.

Desde ese día Narciso no ha parado de llorar,
se ha enamorado del llanto, dicen las flores que lo observan,
pero él apenas acude a su reflejo para recordar que,
entre su rostro y la tristeza,
para siempre ella será la más bella.

II

Le he hecho un altar a mi tristeza
donde caen cascadas de pesares
como enredaderas marchitas
entre una lluvia de agua salada.

Y caen océanos del cielo oscuro,
atraviesan tumultos de angustias
las turbias corrientes de lágrimas.

Las ofrendas se acumulan entre el lodo
que ha traído la tormenta,
y aún en la calma se halla la humedad
del dolor durmiendo, de la ansiedad sedada.

La música de gotas suicidas
que aterrizan sobre mis costillas
acompaña la alabanza que le hago al llanto,
y llora, y llora, y llora mi reflejo en los pantanos.

He querido escapar pero ha sido inútil,
me hallo en el fondo de una cueva estrecha,
mis pulmones están llenos de agua,
respiro pero creo estar muerta.

III

Héroes de lo fatal que corren como suicidas
ante un destino final que ellos mismos se impusieron,
idiotas que se arrastran hacia sus propios designios
queriendo enfrentar gigantes que jamás allí estuvieron.

Pero anden, corran todos a ahogarse con la tristeza,
sumérjanse en el lago a besarla en un acto de onanismo frenético,
húndanse con la excusa de las piedras que cargan en sus bolsillos,
rompan la ventana para descubrir que su dios se encontraba en el espejo.