Odisea de los dos


A mis padres, mis pilares, y el amor más grande que conozco


Se aman,
siendo niños y curiosos,
siendo risas y candil,
se iluminan siempre sus ojos
al verse sonreír.

María, llena de gracia,
piel morena, valiente
y con raíces en los pies,
siempre aguarda con esperanza,
lo que Dios le ha de proveer.

Asegura que lo espera,
en la noche y en la discusión,
a su hombre, a su barbas,
por el que nunca deja su amor.

Álvaro, dulce ojos de miel
comediante singular,
que lleva oro en su cabeza
y un tesoro al abrazar.

Conoce agua y arena,
orgullo y nobleza,
pero sobretodo la ama,
a su María, su polo a tierra.

Guapo y bella crearon amor sagrado,
que aunque el viento les golpeaba,
el cielo los ayudaba
cuando hacían de cada día
una intrépida hazaña.

Las calles los conocen,
los problemas los abruman,
con dos niñas a sus lados,
sirviendo de calor y armadura.

Una bala tiene el hombre,
cicatrices la mujer,
ojos tiernos la pequeña,
risos claros la mayor,
ferviente lucha los cuatro,
familia: refugio abrasador.

Tempestades escalaron,
se besaron en el mar,
una estrella se escapaba,
pero otra, sin querer,
les había de esperar.

A muchos enfrentaron,
a muchos ayudaron,
destruyendo barreras de humo
para poder caminar lado a lado.

¿Lucecita, quién te espera?
Entre el vientre de María
crecía quién sería
la que más los amaría.

Ahora se sientan juntitos,
inocentes del dolor,
combatiendo al tiempo
declarando su amor.

Dos estrellas ya se han ido,
la tercera por partir,
pero aquella les dejará un legado
que nunca ha de morir.

¿Quién te conoce gloriosa historia?
Odisea de los dos,
que han sembrado en su regazo
sueños y fulgor.

Álvaro y María
eternidad os declaro,
que los bese la esperanza
y sean mi dulce amparo

Y aunque yo crezca y crezca,
mis raíces a ustedes están impregnadas,
son mi fuerza y mi valor,
mi ansiosa añoranza.

Siempre juntos estaremos,
floreciendo de la mano,
recorriendo el infinito cosmos,
y yo, eternamente amándolos.