Antonia
Antonia, Antonia: Su nombre me lee cuentos de páginas amarillas con olor a polvo santo y baúl de abuelos. Niña hermosa, adjetivos no encuentro para tan demacrada belleza, tan solo se que las ideas y los placeres reducen su cuerpo a hematomas enmarcados en el fondo blanco de unas sabanas tiznadas. Es allí, donde se revuelca con los siete pecados que tatúan su desnudez impura en la conciencia de quien le vea. Entonces usted se ríe, llora a carcajadas, pues ni lo nota, ni lo palpa, usted es agua de un río infinito que siempre vuelve a amar tras verse pasmada en un charco de salados pesares, motas de algodón, y encaje rosado.
Antonia, dulce mujer que perdona, usted no se sabe, no le entienden, y aunque olvidar puede, olvidarle nunca. Las flores son la nota de su canto y los ruiseñores los matices de su atormentada felicidad.
Su nombre le resulta blasfemia hasta para si misma, y es que le basta con sus dos manos: una señalando al cuadro en la cabecera de su cama y la otra apuntando a sus pies, para no llorar.
Antonia, Antonia, nadie más que usted la podrá amar.
Antonia, dulce mujer que perdona, usted no se sabe, no le entienden, y aunque olvidar puede, olvidarle nunca. Las flores son la nota de su canto y los ruiseñores los matices de su atormentada felicidad.
Su nombre le resulta blasfemia hasta para si misma, y es que le basta con sus dos manos: una señalando al cuadro en la cabecera de su cama y la otra apuntando a sus pies, para no llorar.
Antonia, Antonia, nadie más que usted la podrá amar.