Diario: 18 de mayo de 2021


Hoy es el cumpleaños de mi papá. Hace quince días yo estaba decidiendo si viajar o no a Tunja para celebrarlo. Me daba miedo que en el viaje pudiera contagiarme y que terminara llevando el virus a casa de mis padres. Irónicamente, aquí estoy, en mi casa, pero no por el producto de esa deliberación, sino por un llamado de emergencia. El riesgo de contagio se desvaneció ante altercados de salud más urgentes.

Sin embargo, el sentimiento esperanzador de ayer, hoy se replica. Mi mamá lloró un poco por la mañana, pero bastó una llamada de mi papá para tranquilizarla (por ser ella mayor de 60 años no le permiten subir a verlo, ¡¿qué habría pasado si ella fuera su única posible acompañante?!). Cuando hablé con mi papá, le dije cuánto lo amaba. Él rápidamente procedió a darme indicaciones sobre las cosas que debíamos llevarle hoy a la clínica. La celebración, entendí, no podía ser otra que seguir procurando y deseando su mejoría.

Él está contento, incluso más que en un cumpleaños promedio. La vida es más fácil de celebrar cuando las expectativas son más bajas, es decir, cuando –el antes inane y ahora maravilloso– hecho de seguir con vida parece cumplir todo deseo y satisfacer cualquier ansia. Yo misma me sorprendí risueña, a pesar de que sabía que hoy no podría verlo. El desánimo que suponía pasar un cumpleaños en el hospital se revelaba baladí ante “el milagro de la vida” (ese concepto gastado que antes era para mí un término tediosamente cliché y absolutamente meaningless). Y es que "mientras haya vida, hay esperanza", dice él, y yo, ahora más que nunca, le creo.

La amenaza de la muerte llena de significado a la enfermedad, al miedo, al tiempo, a la espera, a la esperanza. El mismo pronóstico que había conjurado una maldición (la muerte), ahora conjuraba una bendición (la vida). Ahora cualquier atisbo de vida nos era suficiente, si no es que demasiado. El paciente (mi papá) y las pacientes (mi mamá, mis hermanas, yo) tratando de hacer las paces con la espera, aprendimos a convivir con las dos caras de la incertidumbre: el miedo y la esperanza. 

¿Qué es lo que esperan los/las pacientes? ¿La vida? ¿La salud? ¿La salida del hospital? ¿Un diagnóstico alentador? ¿Un/a médico/a? ¿Un/a especialista? ¿Una camilla o una habitación? ¿Los medicamentos? ¿La autorización de un procedimiento? ¿Una cirugía? ¿A su acompañante? ¿Un alivio al dolor? ¿La muerte?

Yo, paciente en aquel otro sentido y no en su acepción médica, espero cualquier cosa que tenga como resultado vida para mi papá. Espera, tras espera, tras espera, sé que lo que yo anhelo es que llegue la vida. Sí, eso, la vida. Espero a la vida. Incluso a pesar de no saber muy bien –tal y como sucede con la jerga médica que escucho todos los días– qué significa.