Misericordia
Puede ser un número,
quizás el de la edad,
el del dinero,
el de la balanza.
Puede ser un símbolo,
la belleza, la inteligencia,
el talento, la fortuna,
el amor.
Pueden ser palabras,
en un mensaje, en una carta,
quizás en un post,
en un poema.
Puede ser un gesto,
una imagen,
un mero artefacto de la imaginación.
Sin importar qué
aparece siempre
de cualquier forma
como un dedo que señala,
que nos pulla,
como una voz que susurra,
que nos juzga,
que enumera
todo lo que nos falta,
lo que no somos,
lo que rogamos ser.
Entonces caemos rendidos,
embelesados,
disfrutando nuestro propio juicio,
dictando nuestra propia sentencia,
castigándonos por no cumplir las exigencias
que súbitamente un rey tirano quiso imponer.
¿Seremos capaces de exculparnos?
¿Podremos, acaso, indultar a la inocente bestia?
¿Podremos perdonarnos el terrible pecado
de haber nacido incompletos?
¿Nos rebelaremos contra las injusticias de nuestro despiadado juez?
Porque si no,
si no lo hacemos,
si la mano firme se voltea sin misericordia contra nosotros,
si no superamos la tentación de autoflagelarnos
por el simple y natural hecho de tener carencias,
de no ser alguna otra sino esta,
de no ser otro cuerpo sino este,
entonces no habrá nada,
no habrá nadie,
que se apiade de nosotros.