Plegarias y promesas desde el aislamiento


Que sea la ternura una invasora,
la reina colonizadora de pieles y almas
para que no falte el calor de las hogueras de la dicha
con sus chispas llenas de risas
y sus alas naranjas que nos sirven de soles
cuando no vemos atardeceres,
cuando el cielo tiene una prohibición.

Procuraré, lo prometo, encender el gozo cada día
y entre una bandada de temores
y entre un rebaño de tristezas
seré yo el canto que llama insistente a la mañana,
seré yo un pastor que esquila y abriga
con la certeza de que algo de nosotros sobrevivirá
sea el cuerpo,  sea un recuerdo, 
sea un sueño o sea el amor. 

Que mis manos sean las madres del cuidado,
y que ese hijo preciado corra hacia el abatido
con la certeza de que todo el cariño sembrado
será siempre cosecha para aquel a quien le falte.

Me aseguré, lo prometo, de sentir siempre muy cerca al otro,
entre cualquier tipo de lejanía, 
entre todo tipo de cercos,
pues a los ojos del amor
las púas serán largos puentes
que la ternura cruzará con gestos y palabras
que no cesarán su marcha
hasta conquistar al terror.

Que sea esta la plegaria en las horas oscuras, 
en las habitaciones frías, 
cuando el dolor de la muerte
acompañe a este miedo a la vida.

Que sea la ternura una certeza, 
y el gozo el eterno destino,
para arrullar a la tempestad de incertidumbres, 
para acariciar la monotonía de lo monstruoso, 
para avisarle a tantas soledades
que algo quedará
si cuidamos al amor,
y si es él quien nos cuida.