Ceguera

La niebla vislumbra mis temores,
de ser sana, de ser salva, de ser fugaz.
Resbalo entre estrellas y luz de faroles,
me paseo entre violines y el chirrido de una puerta que jamás se abre,
de sentimientos ilusorios al contemplar queriendo tocar,
así como el sol acaricia con voz tenue
las ventanas por las que nadie mira, pero que él no olvida,
pues aún besa al candelabro atrapado en la torre en ruinas.

Deseo reflejar la luz que me ha entregado la belleza de lo admirado.

Bailemos -me digo- al ritmo de las obsesiones,
jugando a poseer, leyendo entre líneas, soñando en letras.
Mas cuando de repente la niebla se ha condensado,
y así también se acerca el final de los miedos,
llega sincronizado el amanecer,
ahora la claridad redunda.
Eterno retorno, eterno comienzo, espera indefinida.

Olvido gritar entre la música
el deleite que recibo al dominar mientras soy sumisa.
Ondeo mi cabeza entre las notas que marcan mis pasos.
Al mismo tiempo los faroles se cierran con mis parpados,
y solo entonces sucede:
iluminan en donde siempre debieron, 
en donde siempre es noche y el alba escapa.

Penamos los de la vigilia,
insomnio de pensamiento en espejos,
dónde siempre habitará la niebla,
pues los astros ya dormitan, y los faroles infinitos

solo calman el vértigo de las cuencas al no sentir los ojos,
sintiéndome incompleta.